viernes, 1 de octubre de 2010

El Mataburro


atisbo: sospecha, conjetura.

vestigio: Ruina, señal o resto que queda de algo material o inmaterial.

tabernáculo: Sagrario donde se guarda el Santísimo Sacramento.

efigie: Personificación, representación viva de algo ideal.

solsticio: Época en que el Sol se halla en uno de los dos trópicos, lo cual sucede del 21 al 22 de junio para el de Cáncer, y del 21 al 22 de diciembre para el de Capricornio.

Cofre de los recuerdos

Los Pishtacos

Por la década de los sesenta, cuando la hacienda azucarera Paramonga florecía, se empezó hablar muy fuerte sobre unos siniestros personajes llamados Pishtacos. Temibles supuestos asesinos que provistos de una larga caña con una filuda hoz en la punta, degollaban a sus ocasionales víctimas que tenían la desgracia de cruzar por los cañaverales.
Realidad o ficción, lo cierto es que hasta conocidos personajes de la zona entre Paramonga, Pativilca, Barranca y Supe, eran acusados de ser Pishtacos cuando repentinamente mostraban signos de exteriores de riqueza. Es que se creía que estos demoniacos personajes vendían los cadáveres a los hacendados azucareros para que, con la grasa humana, aceiten las maquinas de sus fábricas.
“Es que el aceite del cuerpo humano es más fino y especial para mantener la maquinaria”, decían los lugareños.

Así, en el mismo cuadro de misterio y especulación popular, se afirmaba que los Pishtacos también vendían los cuerpos de sus victimas a empresas constructoras, para que sean empleados en las estructuras de sus edificaciones. Cuando se construyó el extenso puente Simón Bolívar sobre el río Pativilca, se corrió la voz que en cada una de las enormes columnas de concreto y fierro del puente, habían colocado un cadáver humano, de pie, para que sostengan poderosamente las estructuras que se asentaban sobre ellos.

La fantasía, basada en algunos hechos reales, crecía aún más cuando de 50 peones que se embarcaban en enormes camiones para trabajar en las diversas haciendas del Norte Chico, solo regresaban a los mucho 45 campesinos. Siempre “desaparecían” entre cinco o diez peones; particularmente los que no tenían familiares y “ningún perro que les ladre”, como se solía decir. Los niños de esa época no encontrábamos mejor lugar para los juegos y aventuras que los cañaverales. La caña de azúcar era nuestro mejor aliado para paliar la sed. Las guayabas, pacae, chirimoya, guanábana y plátanos que nacían y crecían silvestres, nos mataban el hambre por varias horas. Los enormes árboles de pacae o sauce que crecían a orillas de los ríos Paramonga, Fortaleza o Pativilca, nos servían de trampolín para arrojarnos a sus aguas y bañarnos placenteramente. De sus mismos cauces extraíamos camarones que con limón, aji y cebolla de chacras vecinas, preparábamos riquísimos ceviches en las mismas piedras, anchas, blancas y limpias que asemejaban a hermosas fuentes de porcelana.

Aún si caminábamos lejos, no importaba las advertencias de mamá. “Chicos, no vayan a los cañaverales, cuidado con los pishtacos”, solía decirnos. Nuestra inocencia infantil, la fantasía de la leyenda o posiblemente la desatención de los Pishtacos para con los niños (se decía que los niños no servían ni para aceite ni para los muros), nos hacía gozar a plenitud el amor a la naturaleza, a nuestra tierra y a sus frutos.
Félix Jó

El Ekeko


El equeco o ekeko( iqiqu en voz aimara e iqaqu en quechua) es una deidad cuyo culto data aproximadamente desde los tiempos de la cultura Tiahuanaco. Después de la conquista de los Aymaras  y la posterior victoria Inca, este idolo fue también adoptado y convertido en símbolo de fertilidad y buena suerte. Sus seguidores creían que ahuyentaba la desgracia de los hogares y atraía abundancia, fortuna, fecundidad y alegría
El Ekeko primigenio era de piedra, jorobado, tenía rasgos indígenas y no llevaba vestimenta alguna, su desnudez era símbolo de fertilidad.
En tiempos de la colonia, la Iglesia Católica intentó erradicar su culto. Aunque no tuvieron éxito, la imagen sufrió ciertos cambios: fue vestida y sus rasgos cambiaron a los de un mestizo.

Hoy en día todavía recibe culto en el altiolano andino, especialmente en épocas del solsticio de verano, que es cuando se celebra la feria de la Alasita; una feria artesanal cuya característica principal es la venta de miniaturas con la finalidad ritual de que las mismas se conviertan en realidad bajo los auspicios del Ekeko, al cual se le tributa con ofrendas de alcohol y cigarrillos.


jueves, 30 de septiembre de 2010

Filigrana de Catacaos



A 12 kilómetros de la ciudad, Catacaos es el rincón más tradicional del departamento de Piura.
Etimológicamente la palabra Catacaos deriva de las voces sec "catac" (valle grande) y "ccaos" (exuberante). Y es en este "Gran Valle Exuberante" en el que se asentaron Tallanes, Mochicas y Chimúes, donde junto a una deliciosa comida y variadas piezas de  artesanía,  se fabrica la filigrana, un delicado trabajo de orfebrería que fina que consta de hilos de oro y plata, unidos y soldados con mucha perfección y delicadeza.
Esta técnica ancestral, constituye la actividad artesanal mas difundida y mejor organizada  de la región,  siendo así que el 19 de marzo del presente año, en el día del artesano;  el INC (Instituto Nacional de Cultura) le otorgo el grado de Patrimonio Cultural de la Nación por sus diseños, por el conocimiento y la habilidad que implica y por contribuir a la construcción de identidad en la localidad y el país. 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El retablo Ayacuchano

Del Latín retabulus o retrotabule (lo que va detrás de la mesa). El retablo era originalmente un conjunto de grandes dimensiones situado detrás de los altares en las iglesias. Al llegar al Perú, la tradición española de tener tabernáculos portátiles y nacimientos, conocidos como "belenes" fue una de las mejores acogidas en el mundo andino. 
Los cajones San Marcos, utilizados por los sacerdotes españoles para evangelizar a los indígenas ahí donde no había una iglesia, tenían un solo nivel en el que se representaba al santo protector y varios animales, dispuestos en una narración simbólica religiosa. Hasta el día de hoy el San Marcos es usado para presidir el ritual de la herranza, o fiesta de Santiago, y para convocar a los espíritus que viven en las montañas.
Como muestra del sincretismo inevitable, los ahora retablos, pasaron a tener un triángulo en la parte superior simbolizando un cerro, y a llevar en su interior no solo santos sino distintas efigies sagradas camufladas entre los elementos “oficiales”  para cuidar las viviendas y a los viajeros que las llevaban consigo.
En la década de 1940, escultores ayacuchanos e intelectuales limeños de la corriente indigenista, impulsaron el renacer de este arte cuyos secretos son guardados  con mucho recelo por los artesanos que  restringen su transmisión solo a sus descendientes y discípulos escogidos, quienes deben permanecer años dentro del taller para poder dominar plenamente todas las técnicas. El retablo lleva mucho trabajo y uno de los aspectos básicos es el de la preparación de la pasta para el moldeado de las figuras.
La base es una caja rectangular, normalmente hecha de cedro, cuyas dimensiones clásicas son de  32 cm. de alto y 26 cm. de ancho. En el fondo se colocan figuras de unos 6 cm. que se fabrican con una pasta hecha sobre una base de papa hervida y molida mezclada con yeso . La parte posterior se tapa generalmente con una madera delgada y las puertas se unen a la caja con unas tiras de cuero.
 Hoy en día se exhiben dentro de ellos, vírgenes embarazadas y santos de cuello largo. También se representan manifestaciones patrióticas como desfiles militares o se dedican a  presidentes o personajes de moda.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Torito de Pucará



Entre los años 100 a.C. y 300 d.C, se desarrolló a orillas del lago Titicaca una sociedad compleja: la cultura Pucará.
El pueblo de Pucará, en el Departamento de Puno, con una extensión aproximada de seis kilómetros cuadrados, constituyó el primer asentamiento propiamente urbano del altiplano lacustre.
Su esfera de influencia, llegó por la Sierra Norte hasta el valle del Cuzco y por el sur hasta Tiahuanaco. En la costa del Pacifico se han encontrado evidencias Pucara en los valles de Moquegua y Azapa, aunque hay vestigios de su presencia en la región de Iquique y hasta en la desembocadura del rio Loa.
Pucará representa, en la cuenca norte del Titicaca, el dominio pleno del hombre sobre el medio ambiente, ya que no solo fueron controlados todos los recursos naturales disponibles, sino que además se crearon otros nuevos.  Los "camellones", que permitían la agricultura en terrenos inundables a orillas del lago Titicaca, aseguraban una agricultura de altura intensiva
Durante esa época se adquieren complejos conocimientos sobre la hidráulica y la construcción y es a partir de ella que los pobladores del altiplano comienzan a controlar directamente pisos ecológicos diversos estableciendo colonias permanentes en el valle interandino del Cuzco y de Moquegua en la vertiente occidental de los Andes, estrategia de desarrollo posteriormente consolidada y potenciada por los Tiahuanaco.
El “Torito de Pucará” es una de las expresiones  más originales de la fusión andino-española que forma parte de la cultura mágico-religiosa en la zona altiplánica de Puno dese épocas coloniales. Representa una tradición que constituye un ritual que se mantiene en el sur andino en las ceremonias de marcación del ganado como símbolo de la procreación de rebaños, la unidad familiar, el cuidado y preservación de las viviendas. Por eso es frecuente observar toritos sobre los techos de las casas.
La parada en la antigua estación del tren que pasaba por Pucará, le dio la denominación al famoso torito, ya que allí llegaban los artesanos del distrito de Santiago de Pupuja para venderlos a los turistas de paso. Así se extiende la tradición del torito a las manos de los artesanos de Pucará, poseedores de una ancestral tradición ceramista.
Hoy en día, es lamentable como las limitaciones económicas y el escaso apoyo impiden que muchos artesanos continúen cultivando este emblemático testimonio de arte ancestral.